Compartimos a continuación el testimonio vocacional del seminarista Erlin Pérez Vásquez, quien recibirá la ordenación diaconal el próximo viernes 13 de diciembre.
Mis orígenes: mi familia y mi tierra
Mi padre era un hombre de 25 años cuando se unió en matrimonio con mi madre, que contaba con veintiún años. Ellos nos trajeron a este mundo con la dignidad que nos merecíamos: el amor. La tierra que nos vio crecer fue La Alfombrilla, Ninabamba (Cajamarca). Mi hermana mayor actualmente es Misionera de Jesús Verbo y Víctima. Mis otros tres hermanos se han dedicado a hacer carrera universitaria y yo, que nací el 8 de diciembre, me encamino al sacerdocio.
Tuve una infancia muy bonita. Los primeros 17 años de mi vida los viví en el campo. Entre otras cosas recuerdo la hora y media de camino diario junto a papá (profesor de comunicación), mis hermanos y amigos para llegar al colegio y otro tanto para regresar a casa mientras mamá (ama de casa) nos esperaba con la comida calentita. A veces, debido a que mi padre era el director, no nos quedaba más opción que alojarnos cerca del colegio, en un pequeño cuarto alquilado, a causa de las abrumadoras actividades de su cargo. A menudo había que dormir en el suelo, sin una cama donde reposar, pues las condiciones del lugar eran precarias. Sin embargo, era toda una aventura para nosotros. Envueltos en frazadas, no pegábamos sueño sin antes mirar una película en la vieja laptop de papá. Nuestras palomitas de maíz eran unas galletas con bebidas que él compraba. Acurrucarme a su lado era una sensación maravillosa.
En mi pueblo, es costumbre que todas las tardes se juegue al fútbol y al voleibol, así que yo no me quedaba atrás y jugaba con mis amigos sin importarme el cansancio que conllevaba el regresar caminando de mi colegio. Debo añadir también que por las mañanas me levantaba a las 4:30 am para dedicarle tiempo a mis materias de estudio. Esto explica los concursos que gané y el primer puesto a nivel general de toda la institución. Durante los días de semana, también ocupaba el tiempo en el ordeño de las vacas, en el traer la leña para la casa y en ir a la pesca periódicamente (a menudo terminaba esta actividad con un chapuzón en el río, me encantaba nadar, tanto es así que cavé un pequeño lago al lado de mi casa con este fin). Así mismo, durante el año, ayudaba a papá en los arreglos de nuestra casa de adobe, en el cuidado de cultivos, en sacar la mala hierba, en arreglar los caminos, hacer labores de albañilería y un largo etc. En el tiempo de lluvia, todo esto se volvía más complicado. Para poner un ejemplo, a veces tenía que montar a caballo durante tres horas para hacer las compras del mes en el pueblo más cercano. Era horrible si la compañía de camino eran las torrenciales aguas, pero a su vez gratificante, porque aprovechaba aquella ocasión para recibir el Sacramento de la Confesión y la Eucaristía en la ciudad. El sacerdote solo pasaba una vez al año por donde yo vivía con ocasión de la fiesta patronal.
Mi paso por el Colegio Seminario Menor de Cañete
A los 12 años, estudié en el Colegio Seminario Menor Nuestra Señora del Valle, donde descubrí mi vocación al sacerdocio gracias a la cercanía y confianza de los sacerdotes. Llegué allí movido por el impulso de mi hermana monjita. Mi padre, con gran esfuerzo, hizo posible esta oportunidad, a pesar de la distancia, pues aproximadamente 970 kilómetros me separaban de mi hogar. El colegio fue decisivo en mi discernimiento. Ofrecía una modalidad de residencia que nunca en otro lugar había visto. Mi padre, antes de salir me aseguró que me la pasaría en grande, pues, según él, el Seminario Menor no era menos que el colegio Hogwarts de Harry Potter. Y lo cierto es que si, dejando de lado la magia y el quidditch, podíamos hacer un sin fin de cosas cada día. Había tiempo para rezar, hacer deporte, estudiar, salir de excursión, mirar películas y disfrutar de la compañía de buenos amigos.
Lo aprendido en el Seminario Menor fue la base para mis siguientes 4 años de secundaria en colegios estatales. Lamentablemente no continué en el Hogwarts de mi vida espiritual debido a las carencias económicas de mi familia. Fue en la residencia donde empecé a tratar más a Jesús y a plantearme seguir la vocación sacerdotal. Como consecuencia, fuera ya del seminario, a diario realizaba mi ofrecimiento de obras por las mañanas y mis tres avemarías al acostarme. Papá y mamá también nos enseñaban a hacer ratitos de oración cada día. En los domingos era infaltable el rosario familiar y periódicamente la Santa Misa y Confesión.
La decisión de entrar al Seminario
De mis antiguos colegios también tengo buenísimas y lamentables anécdotas. Mis compañeros de clase me molestaban diciendo que yo “orinaba agua bendita” por el solo hecho de que iba a ser cura. A mí me resultaba gracioso, así que no me afectaba en lo más mínimo. Pero para evitar todo esto, ocasionalmente les decía que iba a estudiar arquitectura, pues por aquel entonces era algo que me apasionaba y que quería estudiar (un familiar me había prometido apoyarme económicamente… años más tarde quebró. Habría arruinado mi carrera). Otros compañeros míos, conducidos por su mal uso de la libertad, me invitaban a fiestas o a darme al licor, pero siempre me mantenía firme con un tajante «no», sin ceder a sus presiones. También recuerdo que en el 5to año de secundaria realice un test vocacional. La psicóloga después de evaluarme me dijo que los resultados le llevaban a concluir que yo estudiaría una profesión de carácter social como ser maestro, psicólogo o sacerdote. Para evitar un mal momento le respondí que me haría psicólogo.
A lo largo del tiempo también, algunos conocidos me han molestado diciendo que ni locos se harían curas porque «los curas no tienen mujer». A lo que yo he respondido, que prefiero entregarme a un Amor que no se acaba, aunque no todos lo comprendan… en fin.
Al término de mis estudios escolares le dije a mi padre: “¡Papá, quiero hacerme sacerdote! En su respuesta y en la de mi familia encontré un inquebrantable apoyo.
El Seminario Mayor: Mi camino al sacerdocio
Un 7 de enero del 2017 con 17 años, hice mi entrada en el Seminario Mayor. Recuerdo que el mismo rector fue quien me recibió. Después de los saludos y cumplidos iniciales siguió una visita guiada por el Seminario Mayor. Los ambientes eran acogedores: salas de estar que invitaban a la convivencia, una biblioteca de 20 mil libros, salas de estudio, comedores, habitaciones y capillas. Cada casa, con su propia personalidad, estaba decorada con sencillez y buen gusto. A todo este conjunto se unían el campo deportivo y los jardines, bien cuidados y florecientes que brindaban un tono muy alegre a las ya alegres casas.
Al finalizar el recorrido, el rector tomó un momento para reflexionar conmigo. Habló sobre la importancia de considerarnos una familia y me explicó cómo se concretizaba este ambiente familiar a través de lo cotidiano: participación en actos comunes (tertulias, estudio, trabajo y deporte), confianza, preocupación de unos por otros, cariño, el no llamarse nunca por los sobrenombres, celebración de los cumpleaños, campamentos y convivencias, etc. Un ambiente como estos – finalizó – pone contento al corazón y da gozo al alma.
Más tarde, en una sala de estar donde nos habían convocado a todos, el rector comenzó explicando la estructura formativa del Seminario. Se dividía en cuatro etapas: el año propedéutico; tres años dedicados al estudio de la filosofía; cuatro años de teología; y finalmente, dos años de pastoral, uno como diácono y otro previo al sacerdocio. Además de estas etapas, se sumaba la formación en pedagogía y el estudio de lenguas como el latín, el griego, el inglés y el hebreo, herramientas necesarias para el estudio de los libros sagrados y el desempeño del ministerio.
Acto seguido nos presentó la distribución diaria. Se trataba de un horario meticulosamente diseñado para aprovechar bien el tiempo. Hasta entonces, nunca me había imaginado que se pudieran hacer tantas cosas en 24 horas. El rector explicó:
A las 5:45 am todo el mundo ha de estar en pie. Se asearán y realizarán un poco de limpieza. Luego sonará una campana a las 6:45 indicando que deben ir al oratorio para tener la oración matutina y la Santa Misa. Hay que llevar libros de espiritualidad, la Liturgia de las Horas y un diario para hacer anotaciones. Después de Misa, a las 8:15 am tendremos el desayuno.
¿Qué dan de desayunar? – ha preguntado uno. Varía cada día, pero generalmente suele ser pan con mantequilla, mermelada, aceitunas, salchicha y una buena jarra de leche – ha respondido el rector.
¿Y de comer? Sopa, segundo y postre. ¿Y las clases? Las clases y diversos encargos se tienen a lo largo de la mañana y de la tarde.
A las 5:30 pm se tendrá la oración de la tarde. A las 6:15 pm tendremos la cena y enseguida una charla formativa. A las 7:30 pm tiempo de estudio, a las 9:00 pm tertulia, noticiero o documental. A las 9:40 pm las últimas oraciones de la noche y a las 10 se dará la señal para apagar todas las luces. ¿Y no tenemos recreo? Todos los días un rato entre clases y el fútbol o cualquier otro deporte 4 veces por semana en las tardes.
Recen por las vocaciones al sacerdocio
Han pasado ocho años desde mi ingreso al Seminario Mayor y la formación espiritual, humana y académica que he recibido allí me ha sido de gran provecho. Actualmente, desde el enero de este año, estoy laborando en el Seminario Menor: Nuestra Señora del Valle, aquel que, en su momento, cómo les he mencionado, fue mi primer hogar fuera del seno familiar y donde descubrí mi vocación al sacerdocio.
Anhelo que, así como me ocurrió a mi, muchos jóvenes encuentren en este colegio residencial su camino al sacerdocio y si esa no es la voluntad de Dios, que se formen integralmente para ser hombres hechos y derechos con una vida cristiana ejemplar.
Finalizo con una jaculatoria que con buen ánimo te invito a repetir con frecuencia: “Jesús, quiero lo que Tú quieras. Quiero quererte más”.
Que Dios me los guarde en su precioso corazón. Oren por mí.